sábado, 18 de abril de 2015

La prueba científica de que podemos curarnos nosotros mismos

Ya sea que esté luchando contra una enfermedad potencialmente mortal, que tenga una condición de salud “crónica” que la medicina occidental no ha sido capaz de curar, o  que esté  luchando contra los síntomas molestos que disminuyen su calidad de vida, o simplemente esperando para optimizar su energía, vitalidad , y longevidad, hay pruebas científicas de que puede curarse a sí mismo.

Las cargas de los datos demuestran que la mente puede creer en sí misma también; En los ensayos clínicos, lo llamamos “el efecto placebo.” Los pacientes tratados con placebos no sólo se sienten mejor, sino que ellos realmente saben que están mejor..” verrugas que  desaparecen, se dilatan los bronquios, desaparecen inflamaciones, el crecimiento del cabello en las cabezas de los hombres calvos, úlceras que  sanan, y otros fenómenos fisiológicos medibles. También sabemos que puede ocurrir todo lo contrario, y la mente puede pensar en sí mismo como un  enfermo, lo que los investigadores llaman “el efecto nocebo.” Cuando los pacientes reciben inyecciones con solución salina y les dijeron que era  la quimioterapia, vomitaban y perdían  su cabello.

¿Cómo suceden tales cosas fisiológicamente? En su libro ”Mind Over: La Prueba Científica Usted puede curarse”, Lissa Rankin, explica la ciencia que hay detrás de cómo un pensamiento o una emoción positiva o negativa en la mente se traducen en la reparación espontánea en el cuerpo.

Como resultado, el cuerpo se ha construido los mecanismos de auto-reparación que fijan proteínas dañadas, la reparación del ADN, los desequilibrios hormonales correctos, y engullen las células del cáncer, agentes infecciosos, y cuerpos extraños a los que nuestros cuerpos están expuestos a diario. Estos mecanismos explican las remisiones espontáneas que se reportan en la literatura médica de aparentemente, enfermedades “incurables” como la Etapa 4 del cáncer, el VIH, el hipotiroidismo, la diabetes, e incluso una herida de arma de fuego. Sin embargo, los pacientes a menudo se sienten impotentes para aprovechar estos mecanismos de auto-reparación naturales.

En este libro, la Dra. Rankin enseña un proceso de seis pasos fundamentados científicamente que pueden seguir para optimizar la capacidad del cuerpo para dar la vuelta sobre sus mecanismos de auto-reparación natural cuando el cuerpo se enferma. También enseña las herramientas para poner en práctica el poder de la mente, como la medicina preventiva, para aumentar la probabilidad de que un día morirá de “edad avanzada”, en lugar de morir demasiado joven como resultado de la desactivación de la capacidad del cuerpo para repararse a sí mismo.

¿Qué desactiva los mecanismos de auto-reparación naturales del cuerpo? Todos sabemos que el estrés es malo para el cuerpo. Pero ¿entiendes cómo funciona esto? Los datos demuestran  que el estrés se presenta en diferentes formas: el estrés de sentirse solo, estrés laboral, estrés financiero, estrés marital, estrés familiar, estrés de sentimiento creativamente bloqueado o espiritualmente desconectado.  Independientemente de lo que desencadena que tipo de estrés, esto desencadena una serie de pasos fisiológicos asociados con el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal y la respuesta de “lucha o huida” del sistema nervioso simpático. En otras palabras, si usted está estresado por el dinero, su matrimonio, o su trabajo; Su cuerpo no puede saber la diferencia entre una amenaza percibida, tales como la quiebra inminente, y una amenaza real, como ser perseguido por un león.

Pero aquí viene lo bueno. El cuerpo sólo puede repararse a sí mismo cuando está en un estado de reposo fisiológico. Cada vez que el cuerpo piensa que es hora de ”huir del león” (o cualquier amenaza percibida), se cierra la auto-reparación. Después de todo, ¿quién se preocupa por el mantenimiento a largo plazo como matar a las células cancerosas no deseadas si estás a punto de ser comido por un león?

En ”Mind Over: Prueba Científica Usted puede curarse”, La Dr. Rankin nos describe acciones,ejemplos, no sólo la prueba científica de que puede curarse a sí mismo, sino también consejos para usar el poder de la mente para optimizar los mecanismos de auto-reparación naturales del cuerpo, para que la prevención de enfermedades y remisiones espontáneas no sean sólo algo que ocurre al azar, sino algo que podríamos ser capaces de experimentar por nosotros  mismos.

VIDEO:
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viernes, 17 de abril de 2015

¿Por qué enfermamos?

Aparato digestivo

Por medio de la digestión, nuestro organismo procesa los elementos materiales que ingerimos de este mundo.

La digestión abarca:

  1. Captación del mundo exterior en forma de elementos materiales.
  2. Diferenciación entre lo asimilable y lo no asimilable.
  3. Asimilación de las sustancias asimilables.
  4. Expulsión de lo no digerible.

El que tiene hambre de cariño y no puede saciarla, manifiesta este afán en el aspecto corporal en forma de hambre de golosinas. El hambre de golosinas siempre expresa un hambre de cariño no saciada. Queda patente el doble significado que se atribuye a lo dulce: cuando vemos una chica guapa decimos que es un bombón y que está para comérsela. El amor y lo dulce tienen una estrecha relación. El deseo de golosinas en los niños es claro indicio de que no se sienten lo bastante amados. Los padres suelen protestar de semejante imputación diciendo que ellos «harían cualquier cosa por su hijo». Pero «hacer cualquier cosa» no es forzosamente lo mismo que «amar». El que come caramelos anhela amor y seguridad. Es más fiable esta regla que la valoración de la propia capacidad de amar. También hay padres que atiborran de golosinas a sus hijos, con lo que indican que no están dispuestos a ofrecer amor a sus hijos, por lo que tratan de compensarles de otro modo.

Las personas que realizan un trabajo intelectual y tienen que pensar mucho, muestran preferencia por los alimentos salados y los platos fuertes. Los muy conservadores, tienen predilección por los alimentos en conserva, especialmente los ahumados y el té cargado que beben sin azúcar (en general, son alimentos ricos en ácido tánico). Los que gustan de comidas picantes denotan deseo de nuevas emociones, son personas amantes de los desafíos, a pesar de que pueden ser indigestos, diametralmente opuestas a las que sólo comen cosas suaves: nada de sal ni especias. Estas personas rehúyen todo lo que sea novedad. Se desentienden de los retos y temen todo enfrentamiento. Este temor puede acentuarse hasta hacerles adoptar un régimen a base de papillas, como el del enfermo del estómago.

Las papillas son comidas de bebé, lo que indica claramente que el enfermo del estómago ha experimentado una regresión hasta la indiferenciación de la infancia, en la que no se puede elegir ni cortar y hay que renunciar hasta a morder y masticar (actividades estas en exceso agresivas) la comida. Este individuo evita tragar alimentos sólidos.

Un temor exagerado a las espinas simboliza el miedo a las agresiones. La preocupación por los huesos, miedo a los problemas, no se quiere llegar al meollo de la cuestión. Pero también existe el grupo contrario: los macrobióticos. Estas personas van en busca de problemas, prefieren alimentos para hincar el diente. Quieren desentrañar las cosas y prefieren los alimentos duros. Llegan hasta evitar los aspectos placenteros: a la hora del postre, eligen algo duro de roer.

Los macrobióticos denotan así cierto miedo al amor y la ternura y su incapacidad para aceptar el amor. Algunas personas llevan a tal extremo su afán de huir de los conflictos, que acaban teniendo que ser alimentadas por vía intravenosa en una unidad de cuidados intensivos. Ésta es sin duda la forma más segura de vegetar sin tener que molestarse.

LOS DIENTES...

Los alimentos entran por la boca y en ella son triturados por los dientes. Con los dientes mordemos y masticamos. Morder es un acto muy agresivo, expresión de la capacidad de agarrar, sujetar y atacar. El perro enseña los dientes para demostrar su peligrosa agresividad; también nosotros decimos que vamos a «enseñar los dientes» a alguien cuando estamos decididos a defendernos. Una mala dentadura es indicio de que una persona tiene dificultad para manifestar su agresividad.

Hay personas que hacen rechinar los dientes mientras duermen, algunas con tanta fuerza que hay que ponerles un aparato en la boca para que no se los desgasten de tanto rechinar. El simbolismo está claro. El rechinar de dientes es sinónimo reconocido de agresividad impotente. El que durante el día no puede ceder al deseo de morder, tiene que rechinar los dientes por la noche hasta desgastarlos. Las encías son la base de los dientes, su lecho. Las encías representan también la base de la vitalidad y agresividad, confianza y seguridad en sí mismo. Pero las encías sensibles que sangran con facilidad no sirven para ello. La sangre es símbolo de vida, y la encía sangrante nos indica cómo, a la menor contrariedad, se le va la vida a la confianza y a la seguridad en sí mismo.

TRAGAR...

Una vez triturados los alimentos con los dientes, los ensalivamos y los tragamos. Con el acto de tragar integramos, admitimos: tragar es incorporar. Mientras tenemos algo en la boca podemos escupirlo. Una vez lo hemos tragado, el proceso es difícilmente reversible. Los trozos grandes son difíciles y hasta imposibles de tragar. A veces, en la vida uno tiene que tragar algo contra su voluntad, por ejemplo, un despido. Hay malas noticias que son difíciles de tragar. Precisamente en estos casos, un poco de líquido puede facilitar la operación, especialmente si se trata de un buen trago. Del alcohólico se dice que traga mucho. Por lo general, el trago alcohólico sirve para facilitar o incluso, sustituir otros tragos. Se traga alcohol porque en la vida hay otras cosas que uno no puede ni quiere tragar. Así, el alcohólico sustituye la comida por la bebida (beber mucho provoca pérdida del apetito), sustituye el trago duro y sólido por el suave y líquido, el trago de la botella.

Hay numerosos trastornos de la deglución, por ejemplo, el nudo en la garganta, o unas anginas, que producen la sensación de no poder tragar. En estos casos, el afectado debe preguntarse: ¿Qué hay actualmente en mi vida que yo no pueda o no quiera tragar? Entre estos trastornos figura el de la «aerofagia», afección que impulsa a tragar aire. Huelgan más explicaciones para descubrir lo que ocurre en estos casos. Hay algo que uno no quiere tragar, no quiere asimilar, pero disimula tragando aire. Esta resistencia encubierta contra la deglución se manifiesta después con eructos y ventosidades.

NAUSEA Y VOMITO...

Una vez hemos tragado el alimento, éste puede resultar indigesto, como si tuviéramos una piedra en el estómago. Ahora bien, la piedra, al igual que el hueso de la fruta, es símbolo de problema. Todos sabemos cómo puede bloquearnos el estómago y quitarnos el apetito un problema. El apetito depende en gran medida de la situación psíquica. Hay multitud de expresiones que señalan esta analogía entre los procesos psíquicos y somáticos: Eso me ha quitado el apetito, o: Sólo de pensarlo me da mareo. O también: Nada más verlo se me revuelve el estómago. El mareo señala rechazo de algo que, por lo tanto, se nos sienta en la boca del estómago. También comer desordenada y atropelladamente puede producir mareo. La náusea culmina en el vómito del alimento. El individuo se libra de las cosas e impresiones que rechaza, que no quiere asimilar. El vómito es una expresión categórica de defensa y repudio.

Vomitar es «no aceptar». Esta relación se expresa claramente en los vómitos del embarazo. Aquí se expresa el rechazo inconsciente de la criatura o del semen que la mujer “no quiere incorporar”. Siguiendo el razonamiento, los vómitos del embarazo también pueden expresar un rechazo de la función femenina (la maternidad).

EL ESTOMAGO...

El lugar al que a continuación llega el alimento (no vomitado) es el estómago, cuya primera función es la de servir de recipiente. Él recibe todas las impresiones que vienen del exterior, lo que hay que digerir. La capacidad de recibir exige apertura, pasividad y capacidad de entrega. En virtud de estas propiedades, el estómago representa el polo femenino. Mientras que el principio masculino está caracterizado por la facultad de irradiar y por la actividad (elemento fuego), el principio femenino engloba la capacidad de aceptación, la abnegación, la sensibilidad y la facultad de recibir y guardar (elemento agua).

Lo que representa el elemento femenino en el terreno psíquico es la sensibilidad, el mundo de la percepción. Si un individuo reprime en la mente la capacidad de sentir, esta función pasa al cuerpo, y el estómago, además de los alimentos, tiene que admitir y digerir los sentimientos. En este caso, no es que el amor pase por el estómago sino que sentimos un peso en el estómago que más tarde o más temprano se manifestará como adiposidad. Además de la facultad de recibir, en el estómago hallamos otra función, correspondiente ésta al polo masculino: producción de ácidos.

El estómago reacciona produciendo un ácido agresivo con el que pretende modificar y digerir unos sentimientos no materiales, empresa difícil y molesta que nos recuerda que no es conveniente tragarse el mal humor ni obligar al estómago a digerirlo. El ácido jugo gástrico aumenta porque quiere imponerse, pero esto acarrea problemas al enfermo del estómago, que carece de la capacidad de enfrentarse conscientemente con su mal humor y su agresividad, para resolver de modo responsable conflictos y problemas. El enfermo del estómago o no exterioriza su agresividad (se la traga) o demuestra una agresividad exagerada, pero ni un extremo ni el otro le ayudan a resolver el problema realmente, ya que carece de confianza y seguridad en sí mismo, sentimiento indispensable para que el individuo resuelva su problema, carencia a la que aludimos al tratar del tema Dientes–Encías.

El enfermo del estómago es una persona que rehúye conflictos. Inconscientemente, añora la plácida niñez. Su estómago pide papilla, se alimenta de cosas que han sido tamizadas por el pasapurés y que, por lo tanto, han demostrado ser inofensivas, puede haber grumos o sea que sus problemas se han quedado en el tamiz. El enfermo del estómago no tolera los alimentos crudos, por bastos, primitivos y peligrosos. Antes de que él se atreva con los alimentos, éstos tienen que ser sometidos al agresivo proceso de la cocción. El pan integral es indigesto, porque aún contiene muchos problemas. Todos los alimentos sabrosos, el alcohol, el café, la nicotina y los dulces representan un estímulo excesivo para el enfermo del estómago. La vida y la comida tienen que estar exentas de desafíos. El ácido gástrico produce una sensación de opresión que impide registrar nuevas impresiones.

La ingestión de medicamentos antiácidos suele provocar eructos, con el consiguiente alivio, ya que eructar es una manifestación agresiva hacia el exterior. Con esto uno ha hecho disminuir un poco la presión. La terapia que suele aplicar la medicina académica (por ejemplo, «Valium») refleja la misma relación: el medicamento interrumpe químicamente la unión entre la mente y el sistema vegetativo.

La actitud básica de proyectar los sentimientos y la agresividad no hacia fuera sino hacia dentro, contra uno mismo provoca finalmente la úlcera de estómago. La úlcera es una llaga que se forma en la pared del estómago. El enfermo de úlcera, en lugar de digerir las impresiones del exterior, digiere el propio estómago. El enfermo de estómago tiene que aprender a tomar conciencia de sus sentimientos, afrontar conscientemente los conflictos y digerir conscientemente las impresiones. Además, el paciente de úlcera debe admitir y reconocer sus deseos de dependencia infantil, de la protección materna y el afán de ser querido y mimado, incluso y precisamente cuando estos deseos estén bien disimulados tras una fachada de independencia, autoridad y aplomo. También aquí el estómago revela la verdad.

Los ácidos atacan, corroen, descomponen: son inequívocamente agresivos. Una persona que sufre un disgusto dirá: Estoy amargado. Si la persona no consigue vencer este furor conscientemente o transmutarlo en agresión y se traga el mal humor, o traga bilis, su agresividad y su amargura se somatizan en ácidos estomacales, en trastornos estomacales y digestivos sería relevante hacerse las preguntas siguientes:

  1. ¿Qué es lo que no puedo o no quiero tragar?

  2. ¿Me consumo interiormente?

  3. ¿Cómo llevo mis sentimientos?

  4. ¿Qué me amarga?

  5. ¿Cómo llevo mi agresividad?

  6. ¿En qué medida huyo de los conflictos?

  7. ¿Hay en mí una añoranza reprimida de un paraíso infantil sin conflictos en el que se me quería y mimaba sin que yo tuviera que abrirme paso a mordiscos?

INTESTINO DELGADO e INTESTINO GRUESO...

En el INTESTINO DELGADO se produce la digestión propiamente dicha, mediante división en componentes (análisis) y asimilación. Llama la atención el parecido existente entre el intestino delgado y el cerebro. Ambos tienen una misión similar: el cerebro digiere las impresiones en el plano mental y el intestino digiere las sustancias materiales. Las afecciones del intestino delgado suscitan la pregunta de si el individuo no estará analizando demasiado, ya que la función característica del intestino delgado es el análisis, la división, el detalle.

Las personas con afecciones del intestino delgado suelen tender a un exceso de análisis y crítica, de todo tienen algo que decir. El intestino delgado es también un buen indicador de las angustias vitales; en el intestino delgado el alimento es valorado y «aprovechado». En el fondo de la preocupación por la valoración está la angustia vital, angustia de no recibir lo suficiente y morir de hambre. Más raramente, los problemas del intestino delgado pueden denotar también lo contrario: falta de capacidad de crítica. Éste es el caso de las llamadas [Fettstuhlen] de la insuficiencia pancreática.

Uno de los síntomas que con más frecuencia se dan en la zona del intestino delgado es la diarrea. Nosotros decimos – Ése de miedo se lo hace en los pantalones – Tener diarrea significa tener miedo. En la diarrea tenemos la indicación de una problemática de angustia. El que tiene miedo, no se entretiene en estudiar analíticamente a las emociones, sino que las suelta sin digerirlas. No hay más remedio. Uno se retira a un lugar tranquilo y solitario donde puede dejar que las cosas sigan su curso. Con ello se pierde mucho líquido, ese líquido símbolo de la flexibilidad que sería necesaria para ampliar la angustiosa frontera del Yo y con ello vencer el miedo. El miedo siempre está asociado con lo estrecho y con el afán de aferrarse. La terapia del miedo consiste siempre en: soltarse y expandirse, adquirir flexibilidad, observar los acontecimientos: ¡dejarlo correr! El tratamiento de la diarrea suele limitarse a administrar al enfermo gran cantidad de líquidos. Con ello recibe simbólicamente esa fluidez que necesita para ampliar sus horizontes, en los que experimenta el miedo. La diarrea, ya sea crónica o aguda, nos indica siempre que tenemos miedo y que tratamos de aferrarnos y nos enseña a soltar y dejar correr. En el INTESTINO GRUESO, la digestión ya ha terminado. Aquí lo único que se hace es extraer el agua del resto de los alimentos indigestibles. La afección más generalizada que se produce en esta zona es el estreñimiento, modelo genuino de resistencia: retención-tensión y obstinación-deseo de venganza.

Desde Groddeck, el psicoanálisis interpreta la defecación como un acto de dar y regalar. Para darnos cuenta de que simbólicamente la deposición tiene algo que ver con el dinero basta recordar una expresión común en Alemania de Geld–schieser (defeca–dinero) y el cuento del asno de oro que, en lugar de estiércol, defecaba monedas de oro. Popularmente también se asocia el pisar deposiciones de perro con la perspectiva de recibir una suma de dinero. Estas indicaciones deben bastar para poner de manifiesto, sin recurrir a complicadas teorías, la relación simbólica existente entre excremento y dinero o entre defecar y dar.

ESTREñIMIENTO...

Es expresión de la resistencia a dar, del afán e retener y está relacionado con la problemática de la avaricia. En nuestra época el estreñimiento es un síntoma muy extendido que padece la mayor parte de la gente. Indica claramente un exagerado afán de aferrarse a lo material (avaricia) y la incapacidad de ceder. Pero al intestino grueso corresponde otro importante significado simbólico. Si el intestino delgado se relaciona con el pensamiento analítico consciente, el intestino grueso corresponde al inconsciente, en el sentido literal, al «submundo». El inconsciente es, desde el punto de vista mitológico, el reino de los muertos. El intestino grueso es también un reino de los muertos, ya que en él se encuentran las sustancias que no pueden ser convertidas en vida, es el lugar en el que puede producirse la fermentación. La fermentación es también un proceso de putrefacción y muerte. Si el intestino grueso simboliza el inconsciente, el lado nocturno del cuerpo, el excremento representa el contenido del inconsciente.

Y ahora reconocemos claramente el otro significado del estreñimiento: es el miedo a dejar salir a la luz el contenido del inconsciente. Es la tentativa de retener fondos reprimidos. Las impresiones espirituales se acumulan y uno no consigue distanciarse de ellas. El paciente estreñido, literalmente, no puede dejar nada tras sí.

El estreñimiento nos indica que tenemos dificultades para dar y soltar, que queremos retener tanto las cosas materiales como el contenido del inconsciente y no queremos que nada, salga a la luz. Se llama colitis ulcerosa a una inflamación del intestino grueso que se manifiesta en forma aguda y tiende a hacerse crónica y produce dolores y frecuentes deposiciones de mucosidades sanguinolentas. También aquí la voz popular demuestra sus grandes conocimientos psicosomáticos: en alemán se llama vulgarmente Schleimscheisser o Schleimer, es decir, «defecación con moco», al individuo hipócrita, obsequioso y adulador capaz de todo por congraciarse, incluso de sacrificar su personalidad, de renunciar a su vida propia a fin de vivir la vida de otro en una especie de unidad simbiótica. La sangre y la mucosidad son sustancias vitales, símbolos de la vida. (Los mitos de numerosos pueblos primitivos cuentan que la vida surgió del lodo o del murciélago.) Sangre y moco pierde el que teme asumir su propia vida y su propia personalidad. Vivir la propia vida, empero, exige distanciarse del otro, lo cual provoca cierta soledad (pérdida de la simbiosis). De esto tiene miedo el que padece colitis. De miedo suda sangre y agua por el intestino. Por el intestino (= el inconsciente) ofrece en sacrificio los símbolos de su propia vida: sangre y moco. Sólo puede ayudarle reconocer que cada cual ha de vivir su propia vida de forma responsable, porque, si no, la pierde.

EL PANCREAS...

El páncreas forma parte del aparato digestivo y tiene dos funciones principales: la exocrina, que consiste en la producción de los jugos gástricos esenciales, de carácter eminentemente agresivo, y la endocrina. Mediante la función endocrina, el páncreas produce la insulina. El déficit de producción de estas células da lugar a una afección muy frecuente: la diabetes (azúcar en la sangre).

EL DIABETICO...

Por falta de insulina, no puede asimilar el azúcar contenido en los alimentos; el azúcar escapa de su cuerpo con la orina. Sólo sustituyendo la palabra azúcar por la palabra amor habremos expuesto con claridad el problema del diabético. Las cosas dulces no son sino sucedáneo de otras dulzuras. Detrás del deseo del diabético de saborear cosas dulces y su incapacidad para asimilar el azúcar y almacenarlo en las propias células está el afán no reconocido de la realización amorosa, unido a la incapacidad de aceptar el amor, de abrirse a él. El diabético —y esto es significativo— tiene que alimentarse de «sucedáneos»: para satisfacer unos deseos auténticos. La diabetes produce la hiperacidulación o avinagramiento de todo el cuerpo y puede provocar incluso un coma. Ya conocemos estos ácidos, símbolo de la agresividad.

Una y otra vez, nos encontramos con esta polaridad de amor y agresividad, de azúcar y ácido (en mitología: Venus y Marte). El cuerpo nos enseña, EL QUE NO AMA SE AGRIA… o formulado más claramente…

EL QUE NO SABE DISFRUTAR SE HACE INSOPORTABLE… SOLO PUEDE RECIBIR AMOR EL QUE ES CAPAZ DE DARLO...

El diabético da amor sólo en forma de azúcar en la orina. El que no se deja impregnar no retiene el azúcar. El diabético quiere AMOR (cosas dulces), pero no se atreve a buscarlo activamente «A mí lo dulce no me conviene». Pero lo desea «Qué más quisiera, pero no puedo». No puede recibir, puesto que no aprendió a dar, y por lo tanto, no retiene el amor en el cuerpo: no asimila el azúcar y tiene que expulsarlo. ¡¡Cualquiera se amarga!! ¿No es cierto?

miércoles, 15 de abril de 2015

Proteina, TDAH y Autismo

Científicos hallan una proteína implicada en comportamientos del TDAH y el autismo

Investigadores del Instituto de Ciencias del Cerebro RIKEN en Japón han identificado la proteína IRBIT como un actor clave para prevenir que se desarrollen la hiperactividad y las alteraciones sociales características del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y el autismo.
Publicado en `Proceedings of the National Academy of Sciences`, el trabajo muestra que IRBIT juega un papel en la regulación de los niveles de dopamina en el cerebro y que su ausencia puede llevar tanto a la hiperactividad como al comportamiento social anormal. La proteína IRBTI es abundante en las dendritas, las partes de las neuronas que reciben corrientes de los axones vecinos.
Para entender la función de IRBIT, el equipo de investigación determinó primero qué otras proteínas interactúan con ella. Utilizando el análisis de espectrometría de masas, identificaron la proteína quinasa II alfa (CaMKIIa) dependiente de la enzima de calcio calmodulina (CaM) como un candidato potencial y otras pruebas confirmaron que IRBIT y CaMKIIa se encuentran juntos en las mismas dendritas.
Después de verificar que IRBIT se une a CaMKIIa, determinaron exactamente dónde ocurre. Esto es importante porque la regulación en el cuerpo se controla generalmente por la competencia entre las moléculas por el mismo punto de unión, de forma que cuando una molécula está bloqueada por la vinculación, puede prevenir que sucedan cascadas de reacciones.
Cuando CaM se une a CaMKIIa, CaMKIIa se activa y puede desencadenar una serie de reacciones que comienzan con la adición de un grupo fosfato a otra proteína, un proceso llamado fosforilación. Las pruebas en cultivo y células vivas revelaron que IRBIT se une a la misma región de CaMKIIa que es utilizada por CAM, impidiendo a CaMKIIa la fosforilación de sus proteínas diana, y puede llegar a disasociarse de CaMKIIa si hay suficiente CAM presente para vencer en el punto de unión.
En algunas neuronas, CaMKIIa forma un complejo con un receptor para el neurotransmisor glutamato. Cuando estas neuronas son estimuladas por el glutamato, el calcio entra en la célula y se une a CaMKIIa, dejándolo listo para actuar. El equipo investigó cómo se altera este proceso en ratones en con IRBIT fuera de combate y encontraron que la estimulación de las neuronas del hipocampo produce actividad de CaMKIIa de duración extralarga, lo que indica que IRBIT normalmente actúa para inhibir el exceso de actividad CaMKIIa en estas neuronas.
Cuando el equipo analizó el comportamiento de los ratones carentes de IRBIT, se dio cuenta que eran más activos en entornos abiertos y en sus jaulas, y que se relacionaban y se tocaban más con otros roedores con más frecuencia que los ratones de control. Los ratones sin IRBIT mostraron niveles anormalmente altos de dopamina y noradrenalina en la corteza prefrontal, el hipocampo y el cuerpo estriado, todas ellas regiones del cerebro involucradas en el comportamiento social, el aprendizaje/la memoria y la recompensa.
Tanto la dopamina como la norepinefrina son catecolaminas que se generan con la ayuda de la enzima tirosina hidroxilasa cuando es fosforilada por CaMKIIa. El análisis inmunohistoquímico demostró que los niveles de tirosina hidroxilasa fosforilada fueron mayores en los ratones sin IRBIT que en los controles.
Estos hallazgos son importantes porque muestran cómo IRBIT normalmente actúa para mantener el equilibrio correcto de la dopamina, y cómo su carencia puede conducir a la hiperactividad y la interacción social anormal, comportamientos característicos del TDAH y el autismo.
El líder del equipo, Katsuhiko Mikoshiba, señala: "Cuando se observó el aumento de hiperactividad y alteraciones sociales en los ratones con IRBIT anulada, estábamos emocionados y especulamos con que la dopamina podría ser anormal. Y añade: "El fuerte vínculo entre IRBIT, la dopamina y anormalidades en la actividad locomotora y social abre la posibilidad de que la disfunción en IRBIT esté relacionada con trastornos del desarrollo humano como el TDAH y el autismo".

FUENTE: MADRID, 14 (EUROPA PRESS) www.lainformacion.com

martes, 14 de abril de 2015

Stevia: Importancia como edulcorante natural.

texto importancia clip image002LA TEORÍA DEL OXIGENO ACTIVO Y LA STEVIA La teoría del oxigeno activo o radicales dice lo siguiente: Los radicales libres son átomos o grupos de átomos que tienen un electrón (e-) desapareado en capacidad de aparearse, por lo que son muy reactivos. Estos radicales recorren nuestro organismo intentando robar un electrón de las moléculas estables, con el fin de alcanzar su estabilidad electroquímica. Una vez que el radical libre ha conseguido robar el electrón que necesita para aparear su electrón libre, la molécula estable que se lo cede se convierte a su vez en un radical libre, por quedar con un electrón desapareado, iniciándose así una verdadera reacción en cadena que destruye nuestras células.

texto importancia clip image004La vida biológica media del radical libre es de microsegundos; pero tiene la capacidad de reaccionar con todo lo que esté a su alrededor provocando un gran daño a las moléculas y a las membranas celulares. Los radicales libres no son intrínsecamente malos. De hecho, nuestro propio cuerpo los fabrica en cantidades moderadas para luchar contra bacterias y virus. Los radicales libres producidos por el cuerpo para llevar a cabo determinadas funciones son neutralizados fácilmente por nuestro propio sistema. Con este fin, nuestro cuerpo produce unas enzimas (como la catalasa o la dismutasa) que son las encargadas de neutralizarlos. Estas enzimas tienen la capacidad de desarmar los radicales libres sin desestabilizar su propio estado. Las reacciones químicas de los radicales libres se dan constantemente en las células de nuestro cuerpo y son necesarias para la salud; el problema llega cuando el cuerpo tiene que soportar durante años la presencia de radicales y que el cuerpo no sea suministrado con antioxidantes disponibles para mitigar dichas reacciones en cadena. Por ejemplo el exceso de oxígeno activo generado en el cuerpo endurece las arterias en el cerebro y el corazón, produce bultos, que obstruyen el flujo sanguíneo y produce la apoplejía cerebral y el infarto de miocardio; además, ataca y hace daño en los lípidos de la membrana celular que es un tipo de guardián de seguridad de las células, y los daños de manera indiscriminada de proteínas, al ADN y las mitocondrias denominada la fábrica productora de energía, en las células así como puede atacar los glóbulos blancos y linfocitos en el organismo.

¿QUE ES LO QUE HACE TAN ESPECIAL A LA STEVIA PARA COMBATIR A LOS RADICALES LIBRES?
texto importancia clip image006La literatura convencional recomienda lo siguiente: La protección que debemos tener para evitar el aumento de los radicales libres en nuestro organismo que aceleran la rapidez de envejecimiento y degeneración de las células de nuestro cuerpo es el consumo de antioxidantes naturales tales como el beta caroteno (pro-vitamina A) presentes en la zanahoria, mango, tomates, melón, melocotón, espinacas. Vitamina E(tocoferol) es un antioxidante que mantiene la integridad de la membrana celular, protege la destrucción de la vitamina A, previene y disuelve los coágulos sanguíneos y retarda el envejecimiento celular. Se encuentra en muchas frutas y vegetales tales como: El aguacate(30 ), boniato(50 ), espárragos(25 ), espinacas(20 ), tomates(I2 ), bróculi(l 1 ), moras (10 ) y zanahorias(5.) La vitamina C (ácido ascórbico) es otro de los antioxidantes naturales que destruyen el exceso de radicales libres. Necesaria para producir colágeno, importante en el crecimiento y reparación de las células de los tejidos, encías, vasos, huesos y dientes, y para la metabolización de las grasas, por lo que se le atribuye el poder de reducir el colesterol.


texto importancia clip image008Sin embargo, las verduras y frutas han perdido su poder natural anti-oxidante debido al uso excesivo de agroquímicos y fertilizantes químicos, por otro lado es la imposibilidad de consumir tantos alimentos a la vez Juntos; 30 en promedio para poder llevar un balance razonable. La segunda causa de exceso de generación de oxígeno activo es el estilo de vida y los hábitos de consumo que se incluyen en la dieta alimentos procesados los que tienen la necesidad demostrarse más agradables por lo que son agregados aditivos alimentarios, como conservantes artificiales, colorantes materiales y germicidas. Es por eso que se dice que los radicales libres hacen sucumbir organismos por deficiencia de antioxidantes. LO SORPRENDENTE: ¿Cuál es la sustancia que contiene Stevia y que lo hace tan eficaz contra los radicales libres? M íEI secreto son las sales inorgánicas de potasio naturales presentes en la ^MPHr Stevia especialmente en los tallos. Estas sales de potasio son consideradas tW como la gran causa de la eficacia de la Stevia como antioxidante que junto ^ con el octocoferol (vitamina E) tiene un efectos integrado y sinérgico las cuales configuran a la Stevia como un nuevo tipo de antioxidante que nunca ha sido encontrada en los otros anti - oxidantes presentes en los alimentos. El potasio es uno de los minerales esenciales que nos mantienen sanos y tiene las siguientes cuatro funciones: 1. Ajusta el equilibrio entre la acidez y alcalinidad del líquido intracelular. Para mantener una buena salud es necesario mantener el ph a 7,35 a 7,45, un nivel ligeramente alcalino. Sin embargo, cuando comemos alimentos ácidos, como carnes, fácilmente se inclina a la acidez. Si el potasio está ampliamente presente en el cuerpo en ese momento, el equilibrio del ph natural se vuelva a la normalidad a través de su función de la homeostasis.
Tabla de Valor Nutricional Aproximado del Extracto de Tallo de Stevia en l00ml
3-Carotene43.2figSodium17.6 mg
Vitamin A24UIPotassium1760 mg
Vitamin B20.224 mgPartothenic Acid1.44 mg
Vitamin B60.288mgAcetic Acid0.296%
Vitamin E0.136 mgLactic Acid0.68%
Niacin3.12 mgHeavy Metal (pb)Below 8ppm
Biotinl3.92mgCafeinNot detected
Phosphor160 mgArsenicNot detected
Calcium96mg
Iron1.04 mg
Fuente: The Giace of God froni .Fapaii, pág 48. 1999, Japan
  1. Ajusta la presión osmótica en el líquido intracelular al absorber los nutrientes y el oxigeno fresco en las células y poner los residuos fuera de las células.
  2. Ayuda al reconocimiento de las contracciones musculares con los estímulos nerviosos.
  3. Acelera la síntesis de proteínas en los granulos llamados ribosomas.
Inclusive al potasio se lo ha valorado mucho menos que el calcio desde hace mucho tiempo. El extracto líquido de stevia elaborado en una proporción de 80%o de tallos y 20%> de hojas contiene 2.200mg de sales inorgánicas de potasio por cada 100ml. Diversos experimentos en universidades, demuestra los índices de la actividad antioxidantes del carbonato de potasio, frente al ácido linoleíco con un 99 % de efectividad.

3. STEVIA, ELEVA LA RESISTENCIA DEL SISTEMA INMUNOLOGICO texto importancia clip image010Según algunos estudios médicos el "oxígeno activo" se ha destacado como las causas de varias enfermedades modernas en adultos. El exceso de oxígeno activo causaría en tejidos celulares diversas enfermedades, pero además mellaría nuestra inmunidad y resistencia atacando los leucocitos y linfocitos. Stevia tiene el poder de mejorar nuestra inmunidad y la resistencia en el cuerpo con su lucha contra sustancias oxidantes. Se espera que la Stevia Contribuya a la mejora de la salud, la prevención de enfermedades y el envejecimiento.

USOS Y APLICACIONES DEL EXTRACTO LÍQUIDO DE STEVIA
La medicina siempre está progresando. Según varios informes en la medicina moderna, el oxígeno activo en exceso generado en el cuerpo provoca más del 80% de las enfermedades de adultos como la enfermedad cardiaca, apoplejía cerebral y la diabetes, así como el cáncer. Como resultado de muchos experimentos, descubrió que Stevia es un anti-oxidante muy fuerte actividad para reducir el oxígeno activo en el cuerpo. Este exceso de oxígeno activo genera se llama "oxígeno activo malo". Su ataque se endurece las arterias en el cerebro y el corazón, produce bultos, que obstruyen el flujo sanguíneo y hace que la apoplejía cerebral y el infarto de miocardio. Stevia ayuda a suprimir la generación de oxígeno activo.

LASITUD DE EXTRACTO LÍQUIDO Y LA PREVENCIÓN DE LA ARTERIOSCLEROSIS ENTRE LIQUIDO Y LA DIABETES
El ácido linoleico es muy fácil de oxidar ácidos grasos insaturados. Además de eso, la Stevia tiene los antioxidantes y el poder de controlar la peroxidación de los Íípidos de oxígeno activo, tiene una potencia de cinco veces más fuerte que el té verde japonés (extraído en el agua caliente). Este misterio, proviene de unos pocos tipos de sales de potasio presentes en la Stevia que lo convierte en un alimento superior por contener vitaminas y minerales. Podríamos haber infravalorado la actividad de potasio en el cuerpo. En opinión de muchos expertos, las sales de potasio constituyen ya un tipo de una moderna "súper vitamina" que ayuda al fortalecimiento y la revitalización de las células del organismo.

La Stevia tiene 5 veces más antioxidantes que el Té verde texto importancia clip image01270 %de Antioxidante
Té Verde
Hojas de Stevia Tallo de Stevia Fuente: The Grace of God i'rom Japan, pág 48. 1999. Japan

En este sentido se le atribuyen los sorprendentes efectos de la Stevia :
texto importancia clip image0141. UNA EXTREMADA Y ENÉRGICA FUERZA ANTI-OXIDANTE Stevia, por su fuerte poder oxidante, actúa como un (nuevo tipo de antioxidante, del tipo LOOH tipo los (cuales pueden controlar oxígenos activos muy [perjudiciales que no puede ser totalmente controlada por los antioxidantes convencionales del SOD-tipo (encontrado en los alimentos convencionales). Las sustancias antioxidantes presentes en la Stevia tienen la posibilidad de liberar de los riesgos de problemas del flujo de sangre como son la apoplejía cerebral y el infarto de miocardio que son causadas por la arterieesclerosis, la alteración funcional del hígado, la diabetes y las alergias atópicas, etc.

texto importancia clip image016
2. DESINTOXICANTE DE ALIMENTOS La Stevia tiene el poder de disolver y desintoxicar nicotina-dioxinas, y la histamina, que es un material causante de las alergias. Controla la dermatitis atópica causada justamente por la histamina así como también tiene el poder de la desintoxicación alimentaria de las bacterias patógenas como la E. coli 0-157 y la contaminación hormonal de los alimentos.

RELACIÓN ENTRE STEVIA y DIABETES En condiciones normales de salud, el magnesio presente en la estevia favorece la secreción de la insulina y la combustión de la glucosa y su conversión, dentro de las células, en energía disponible para el organis^mo. En carencia del mineral, se afecta tanto la secreción de la insulina como la combustión de los nutrientes y la conversión de la glucosa a energía. El azúcar en exceso en la sangre se deposita en las paredes de los vasos sanguíneos, los que al engrosar causan la diabetes y sus graves implicancias y por lo tanto se podría decir que: La Stevia es la planta de los diabéticos: Buena parte de los afectados por la diabetes (más de 135 millones en todo el mundo) podrían beneficiarse de la propiedad reguladora de los niveles de azúcar en la sangre que carateriza a la stevia. Los científicos del Departamento de Endocrinología y Metabolismo del La Aarthus Universlty Hospital de Dinamarca, en el 2002, luego de Incesantes estudios con diabéticos, llegaron a la conclusión de que el esteviósido actúa estimulando a las células beta del páncreas, en presencia de glucosa, de manera que producen su propia insulina. Por lo tanto, este compuesto tiene un rol potencial como "agente anti-hiperglicémico" controlando el nivel del azúcar en la sangre) en la prevención de diabetes miellitus Tipo 2 (no Insullno- dependiente). Estos resultados confirman los hallazgos de Jappesen (2000). ESTEVIA EN PREVENCIÓN Y CONTROL DE LA OBESIDAD De acuerdo a diversos estudios se determinó que la "Stevia" es una ayuda excepcional para la pérdida de peso, porque no contiene calorías y reduce las ansias por las comidas y la apetencia por dulces, chocolates, grasas, etc. Dicho efecto, disminuye calorías (glucosa). También la estevia regula insulina y por ello el organismo engorda menos, es decir, almacena menos grasas. Los mecanismos de hambre disminuyen a través del efecto de la estevia sobre el hipotálamo que regula el hambre, el apetito y la saciedad. Las personas se sienten satisfechas más rápido y por ende les ayuda a comer menos y bajar de peso. Asimismo, NilsaNoemí Ibarrola Arce, especialista en endocrinología, nutrición y diabetes, en 1976, explica que el uso continuo de estevia en infusiones, es decir consumo regular, reduce la absorción de hidratos de carbono a nivel intestinal, actuando de este modo como agente adelgazante. OTROS BENEFICIOS DE LA ESTEVIA EN LA SALUD
  1. Combate la ansiedad: El "magnesio" presente en la estevia sin retinar tiene efecto sobre la excitabilidad de las neuronas del sistema nervioso. La stevia al reducir la angustia puede ayudar a combatir tanto el tabaquismo como el alcoholismo.
  2. Efecto antiartrítico: La condición "dedos hinchados" en diabéticos, por depósitos de ácido úrico en las articulaciones, se debe a fallas de los ríñones por deficiencia de "magnesio".
  3. Acción cardiotónica: La estevia con su elevada riqueza de "potasio" (3.45%) y su muy bajo nivel de "sodio" (0.03%), se convierte en un poderoso regulador de la presión arterial y del latido del corazón. El potasio de las hojas de estevia supera en 22.6% al de hoja de maca y en 49.6% al de la hoja de coca. Un grupo de médicos de la División de Medicina Cardiovascular del Hospital de Taipei (Taiwán), luego de tratar por 3 meses con esteviósido a 106 hipertensos chinos de ambos sexos y cuyas edades variaban de 28 a 75 años, determinaron que el "esteviósido" actúa como un agente hipotensor y cardiotónico (regula la presión y los latidos del corazón), lo que daba como resultado la disminución de la presión sistólica y de la diastólica (Chang et al., 2000).
  4. Antiestrés: El "potasio" también envía oxígeno al cerebro y regula el balance de agua en el organismo. La tensión en exceso eleva el ritmo metabólico y reduce los niveles de "potasio", estos pueden rebalancearse mediante ingesta de mate de estevia o extractos de tallo de stevia en proporciones (80% de tallos y 20% de hojas), (comprar stevia)
  5. Combate la anemia: Niveles de "hierro" de 702 ppm en el filtrante de estevia pueden estimular la producción de hemoglobina, aliviando la condición de anemia. Similarmente, el. "cobre" (17 ppm) cumple un rol importante en la formación de hemoglobina. En "hierro" la hoja de estevia es superior en 80% a la hoja de coca y en cobre la superioridad es de 93%.
  6. Acción digestiva: Sus propiedades diurética y antiácida permiten eliminar, vía urinaria, las toxinas acumuladas por mala alimentación. La acción diurética es muy apreciada en enfermedades de ríñones. Su contenido de "fibra" de 10.77% corrige el problema de estreñimiento, especialmente en adultos sin tener que recurrir a laxantes comerciales.
  7. Acción antimicrobiana. Previene e inhibe infecciones causadas por bacterias y otros organismos patógenos, mejora la resistencia frente a cepas que causan resfriados y gripes. Es efectiva contra las bacterias E. Coli, Staphylococcus aureus y Corynebacterium difteriae así como también contra el hongo Cándida albicans y no afecta a bacterias útiles como la bífidobacteria y la bacteria ácido - láctica.
h) Actividad anticaries: Un estudio del Departamento de Odontología de la Universidad de Hiroshima, mostró que el 'esteviósido' no es una fuente nutritiva para bacterias en la boca y que éste suprime el desarrollo bacterial. Ayuda a prevenir las cavidades formadas por estas bacterias. Estos efectos son confirmados por una investigación llevada a cabo por el Departamento de Dentistas Pediátricos y Colegio de Químicos de la Universidad de Illinois, en la cual incluyen eliminación total de la bacteria Streptococcus sobrinus.

Se llevó a cabo otros tres estudios; el primero demostró que el esteviósido es 100% compatible con el fluoruro, el segundo confirmó que el esteviósido inhibe significativamente el crecimiento de las plaquetas y el tercero, indicó un 20% en la reducción de caries. Al no fermentar edulcorante se utiliza en dentríficos, enjuagatorios bucales y gomas de mascar, ya que protege el esmalte dental al combatir las bacterias, (Fujita, 1979). Tradicionalmente muchas personas agregan polvo de hojas de stevia al cepillo de dientes juntamente con los dentríficos y aprovechar las bondades de la stevia como anticaries y refrescante bucal. (Comprar harina de stevia) i) Anticáncer: La estevia contiene beta-caroteno, vitamina E, vitamina C, potasio, magnesia, zinc. Estos "antioxidantes" tienen capacidad de prevenir la formación de células cancerosas por causa de "radicales libres" o presencia de partículas tóxicas. Los antioxidantes de la stevia tienen un efecto eficaz en la prevención de cáncer de mama, útero, así como de próstata, el potasio se encuentra en una proporción de 2200 mg aproximado por cada 100 mi de extracto de tallo de Stevia. (Comprar extracto de tallo de stevia) j) Efecto dérmico: Las preparaciones cosméticas a base de estevia se pueden usar como loción para el rostro, logrando un estiramiento y una suavidad efectiva de la piel, lo cual es de ayuda en combatir las arrugas y en la cura de acné, dermatitis, seborrea capilar, eczemas igualmente el extracto de tallo de stevia concentrado se puede aplicar al rostro y cabello. Similarmente, dicho extracto hace que cortes en la piel cicatricen rápidamente. k) Usos estéticos: Boca y dientes: evita la caries por inhibición de la formación de la placa bacteriana. También es un excelente cicatrizante de llagas y heridas en labios, boca y algunos problemas de encías. Sobrepeso: Se sabe del control que ejerce el sabor dulce sobre la regulación hipotalámica de la ansiedad por comer. Al controlar el fenómeno del hambre la estevia es un excelente coadyuvante de los tratamientos para adelgazar y contrarrestar la obesidad. Recordar que el resPonsable del dulzor de la estevia (principalmente esteviósido) no Se rnetaboliza siendo cero calorías. Piel y cabellos: colocada directamente sobre cortaduras y rasguños se incrementa la recuperación de la herida sin quedar cicatriz. La aplicación de algunas gotas del extracto de hojas podría arder unos 30-40 segundos, seguido por una disminución significativa del dolor Este concentrado es fácilmente lavado con agua tibia si se desea: Use siempre extractos herbales de estevia basados en agua y no en alcohol y sobre todo, elaborados con hojas de excelente calidad. Arrugas y párpados: un suave té de estevia o un extracto concentrado de tallos y hojas de stevia ofrece una ideal ayuda para un rostro cansado. Se podría colocar en agua caliente una bolsita de té de hojas de estevia y dicha agua dulce podría ser usada para

endulzar otras bebidas. La bol sita con los restos de las hojitas de estevia podría colocarse sobre los párpados, al igual que se usa el pepino, por unos pocos minutos, siendo efectivo para afirmar la piel y ayudar a desaparecer las molestas arrugas. El extracto concentrado aplicado como mascarilla facial es efectiva para suavizar y afirmar la piel y líneas de expresión (arrugas), ayuda a curar manchas de la piel, incluyendo el acné. Suavemente aplique el líquido de estevia sobre todo el rostro, permita que se seque por lo menos por unos 30-60 minutos y sentirá su efecto tensar sobre la piel o si no aplicarse en las noches hasta el día siguiente. Antivejez: estudios japoneses han demostrado que el tomar este endulzante natural tiene un efecto protector contra el envejecimiento, ocasionado por los radicales libres. La estevia tiene antioxidantes del orden de cinco veces mayor que el té verde oriental se puede tomar infusiones de stevia en saquitos filtrantes, soluciones concentradas de hojas de stevia, extractos de tallo de stevia así como steviósidos y rebaudiósido en forma de edulcorantes de mesa. Para recordar: aplicaciones frecuentes de cataplasmas con estevia y sus extractos confieren a la piel delicadeza y suavidad. El uso sobre el cuero cabelludo también produce beneficios particularmente en seborrea y otros estudios han mostrado favorables respuestas en casos de psoriasis (adquirir stevia).

lunes, 13 de abril de 2015

Gimnasia cerebral para dificultad de aprendizaje

La gimnasia cerebral es un conjunto de ejercicios físicos y movimientos corporales los cuales persiguen mejorar las funciones cognitivas. Brain Gym o gimnasia cerebral, logra unir el hemisferio cerebral izquierdo con el derecho provocando así un mayor nivel de concentración, creatividad, mejorar las habilidades motrices y propiciar el aprendizaje.
Gimnasia cerebral para solucionar problemas de aprendizaje Collage
Esta gimnasia para el cerebro es utilizada también como una herramienta útil para solucionar problemas de lectura, escritura, dislexia o hiperactividad, logrando un aprendizaje acelerado.
Aplicación de la gimnasia cerebral en la rutina diaria de educación inicial como sistema de aprendizaje basado en los métodos kinesiológicos del Dr. Paúl Dennison, los cuales persiguen desplazar mayores capacidades visuales, auditivas y kinestéticas; aprendiendo técnicas que permiten desbloquear las energías, activar las neuronas, mejorar las funciones cognitiva y emocionales para ejercitar la plasticidad cerebral logrando así un verdadero aprendizaje acelerado.
De acuerdo con la gimnasia cerebral, existen tres (3) dimensiones del movimiento o estados generadores del autoaprendizaje cerebral integrado:
Gimnasia cerebral para solucionar problemas de aprendizaje... (6)Gimnasia cerebral para solucionar problemas de aprendizaje... (4)Gimnasia cerebral para solucionar problemas de aprendizaje... (3)Gimnasia cerebral para solucionar problemas de aprendizaje... (2)Gimnasia cerebral para solucionar problemas de aprendizaje... (1)La primera, Dimensión de lateralidad a través de la cual se produce la coordinación de los hemisferios cerebrales.
La segunda, Dimensión de enfoques o coordinación de lóbulos cerebrales altos y bajos.
La tercera, Dimensión de energía que relaciona las zonas anterior y posterior del cerebro.
Los movimientos de gimnasia cerebral estimulan el flujo de energía y de información en el cerebro promoviendo la capacidad de aprendizaje del individuo. 
La Gimnasia Cerebral (término creado por Luz María Ibarra) es muy efectiva: optimiza tu aprendizaje, te ayuda a expresar mejor tus ideas, a memorizar, a incrementar tu creatividad, la concentración, para las habilidades de lecto-escritura, te permite manejar tu estrés, contribuye a tu salud en general, te ayuda a hablar en público, establece enlaces entre tus tareas a nivel cognitivo y su manifestación hacia el medio ambiente, te brinda un mejor balance, mantiene la integración mente/cuerpo asistiendo al aprendizaje global y provocando una comprensión total de lo que deseas aprender. 
La Gimnasia Cerebral prepara tu cerebro para recibir lo que desea recibir, crea las condiciones para que el aprendizaje se realice integral y profundamente.
Una gran ventaja de los ejercicios propuestos es que puedes practicarlos en cualquier lado, momento y hora del día, y antes de emprender cualquier actividad, pues los movimientos son sencillos y, en algunos, necesitas sólo unos segundos.
Gimnasia cerebral para solucionar problemas de aprendizaje... (5)
Si la conviertes en una rutina de activación para el aprendizaje, moviendo tu cuerpo, usando tu cerebro o tal vez efectuando un pequeño movimiento de ojos, activarás constantemente redes nerviosas a través del cerebro, en ambos hemisferios simultáneamente, y podrás asegurar el éxito en cualquier aprendizaje que emprendas. Es por esto mi interés de implementar estos ejercicios en la rutina diaria de educación inicial para lograr que los niños y niñas desde temprana edad logren aprender de una manera relajada, además que son múltiples los beneficios que obtendrán.

viernes, 3 de abril de 2015

Electrified - Bioarmonización y estimulación neuro-cerebral

The new therapy aims to stimulate the brain with small currents applied to the scalp.
“What does this part of the brain do, again?” I asked, pointing to the electrode on my right temple.

“That’s the right inferior frontal cortex,” said Vince Clark, the director of the University of New Mexico Psychology Clinical Neuroscience Center, in Albuquerque. “It does a lot of things. It evaluates rules. People get thrown in jail when it’s impaired. It might help solve math problems. You can’t really isolate what it does. It has emotional components.”

It was early December, and night was falling, though it was barely five. The shadows were getting longer in the lab. My legs felt unusually calm. Something somewhere was buzzing. Outside the window, a tree stood black against the deepening sky.

“Verbal people tend to get really quiet,” Clark said softly. “That’s one effect we noticed. And it can do funny things with your perception of time.”

The device administering the current started to beep, and I saw that twenty minutes had passed. As the current returned to zero, I felt a slight burning under the electrodes—both the one on my right temple and another, on my left arm. Clark pressed some buttons, trying to get the beeping to stop. Finally, he popped out the battery, the nine-volt rectangular kind.

This was my first experience of transcranial direct-current stimulation, or tDCS—a portable, cheap, low-tech procedure that involves sending a low electric current (up to two milliamps) to the brain. Research into tDCS is in its early stages. A number of studies suggest that it may improve learning, vigilance, intelligence, and working memory, as well as relieve chronic pain and the symptoms of depression, fibromyalgia, Parkinson’s, and schizophrenia. However, the studies have been so small and heterogeneous that meta-analyses have failed to prove any conclusive effects, and long-term risks have not been established. The treatment has yet to receive F.D.A. approval, although a few hospitals, including Beth Israel, in New York, and Beth Israel Deaconess, in Boston, have used it to treat chronic pain and depression.

“What’s the plan now?” Clark asked, unhooking the electrodes. I could see he was ready to answer more questions. But, as warned, I felt almost completely unable to speak. It wasn’t like grasping for words; it was like no longer knowing what words were good for.

Clark offered to drive me back to my hotel. Everything was mesmerizing: a dumpster in the rear-view camera, the wide roads, the Route 66 signs, the Land of Enchantment license plates.

After some effort, I managed to ask about a paper I’d read regarding the use of tDCS to treat tinnitus. My father has tinnitus; the ringing in his ears is so loud it wakes him up at night. I had heard that some people with tinnitus were helped by earplugs, but my father wasn’t, so where in the head was tinnitus, and were there different kinds?

“There are different kinds,” Clark said. “Sometimes, there’s a real noise. It’s rare, but it happens with dogs.” He told me a story about a dog with this rare affliction. When a microphone was placed in its ear, everyone could hear a ringing tone—the result, it turned out, of an oversensitive tympanic membrane. “The poor dog,” he said.

We drove the rest of the way in silence.

Growing up in Detroit, Clark was interested in philosophy and thought he would study it in college. But, after realizing that all the questions that interested him came down to perception and the brain, he majored in psychobiology, at U.C.L.A. This was in the nineteen-eighties. “By luck, I picked a field that was about to explode,” he said.

As an undergraduate, Clark took a job at a hospital, building electrodes for insertion into the brains of epileptics during surgery, to locate the epileptic regions of the brain and the regions necessary for cognitive function. The patient’s head would be sawed open under local anesthetic. Fully conscious, the patient would be shown flashcards with words or pictures while the electrodes recorded which regions responded to the stimuli. Clark was deeply impressed by how localized neuronal responses were. Sometimes, a picture of a particular celebrity would cause a single neuron to become especially active. Similar observations led scientists in a later study to posit the existence in one patient of a “Halle Berry neuron.”

Just before Clark got his Ph.D., the fMRI machine was developed—a huge moment for neuroscience. The technology measures brain activity in real time, by monitoring blood flow. Scientists today can look at an fMRI and see what happens in the brain of a pianist playing Bartók, a Carmelite nun having a religious experience, a depressed person contemplating suicide, or a schizophrenic hearing voices. As a professor at the University of Connecticut Health Center, Clark began working on an addiction study, using fMRI to look at the brains of recovering addicts. To his surprise, he noticed that the fMRI could show which of the recovered addicts were likely to relapse in six months. Clark believes that it may be possible to stimulate a relapser’s brain with tDCS to make it look and act more like a non-relapser’s.

The precise physical mechanism of tDCS remains mysterious. The electric current used is too low to cause resting neurons to fire. Instead, it seems to make neurons more or less likely to fire, by changing the electrical potential of nerve-cell membranes. In other words, although tDCS can’t create new neural activity, it can enhance or reduce existing activity. The procedure uses direct current, so it has positive and negative electrodes and can have both inhibitory and excitatory effects: in general, positive current stimulates neural activity while negative current inhibits it.

Clark began working on tDCS in 2007, shortly after being named scientific director of the Mind Research Network at the University of New Mexico. Funded by DARPA, the research division of the Department of Defense, his first study determined that tDCS can help subjects learn to detect hidden threats in complex images. The researchers used images from DARWARS, a video game designed to familiarize Army recruits with the desert roads, derelict apartment blocks, and abandoned fruit markets that are apparently typical of the Middle Eastern landscape. For most people, the concealed threats—an explosive device hidden behind an oil drum; the shadow of a sniper’s rifle protruding over a rooftop—can be identified only with training and practice. At the beginning of the study, subjects’ brains were scanned by fMRI while they received training, to show which regions were active during learning. These areas were then targeted by electrodes in a new group of subjects as they performed the same task. Half of them received active tDCS; the other half, the control group, received “sham tDCS”—a negligibly low dose.

To Clark’s disbelief, the subjects who received tDCS learned the same material twice as quickly as the control group. The study was replicated by other labs, with similar results. The Air Force found that tDCS made airmen twice as accurate at identifying tanks and missile launchers in radar scans.

“It’s a huge, huge effect,” Eric Claus, a neuroscientist at the Mind Research Network, told me of the original results. “As cognitive neuroscientists, we rarely see effects that large.”

On hearing of Clark’s findings, Claus decided to incorporate tDCS into his own work: the treatment of alcoholism using cognitive exercises. He is currently replicating a study in which alcoholics were found to drink less after repeatedly using a joystick to push away images of beverages. Claus scans the brains of alcoholics while they perform the joystick task; he then uses tDCS to stimulate the active regions on a new group of alcoholics. Two members of the tDCS group have gone from drinking a fifth of liquor a day to not drinking at all.

Few claims about tDCS are free from controversy. In the past few months, Jared Horvath, a fourth-year doctoral student at the University of Melbourne, published two meta-analyses of hundreds of studies, in which he claims to have found no evidence of either physiological changes to the brain or of cognitive effects from tDCS. In aggregate, Horvath says, the claims of different researchers tend to “cancel each other out.” For instance, four studies looked at whether tDCS increased glucose metabolism in the brain: two found that it did; two found that it didn’t. “It’s incredibly difficult to differentiate these effects from random chance,” Horvath told me.

Horvath spent his first two years of graduate school trying unsuccessfully to get meaningful results from tDCS. “It didn’t matter what device I used, what paradigm I used—I just never found anything,” he said. The original purpose of his meta-analyses was simply to identify a reliable tDCS effect to use as a dissertation topic. Though skeptical, Horvath isn’t saying that research should be abandoned. Rather, he argues that the focus must shift from documenting various individual effects to establishing the reliability of a baseline effect through large randomized studies with standardized protocols—a view shared by most researchers.

On my second day in Albuquerque, I met with three of Clark’s researchers to try tDCS again, with a cognitive task. This time, the current would stimulate “location F4,” an area of the scalp that lies over a part of the brain associated with working memory. Two students measured my head with a tape measure and fed the information into a software program, which told them how to find F4 relative to my ears. As they were annotating my head with colored stickers, I noticed a white ceramic phrenological bust standing on the desk. Its face wore a vacant yet weary expression, and its cranium was mapped with what phrenologists had considered to be the most basic human propensities: Wonder, Parental Love, Calculation, Secretiveness. I tried to gauge the place corresponding to F4, on the top right part of the head. It seemed to be near Sublimity, or Hope.

There was some trouble getting the gel-saturated sponge electrode to stay put on my hair. The students wrapped a band of elastic netting around my head, and I held it in place with one hand. Throughout the study, I could feel the band oozily creeping up the back of my skull, like an ill-fitting graduation cap.

With the current off, I took two memory-related tests. In the first, the n-back test, a series of letters flashed on a screen, and I was told to decide whether each letter was the same one that flashed three letters ago. Next was a “progressive matrices” test, which involved choosing a visual pattern that matched a matrix of other patterns. After I had completed the tests, both of which I found difficult and annoying, the students turned on the tDCS. I felt a burning on F4 as the current ramped up. (A burning or tingling sensation or a metallic taste in the mouth is a common side effect, though some people don’t feel anything at all.) I took the n-back test a second time. It was slightly less annoying and seemed to go by a bit faster. Then they turned the current off, and I took the matrices test again. It seemed a little bit easier than the first time, and I felt more peaceful, but, perhaps as a result of the peaceful feeling, I ran out of time and was unable to answer two questions.

Afterward, I learned the point of the study. Previously the experimenters had found that tDCS improved performance on the n-back test. Now they were trying to determine whether the benefit was “transferrable” to a different memory-related test once the current was switched off. In my case, the answer was no: I got exactly the same score—three out of nine—both times. The students didn’t seem that surprised. They hadn’t been getting great results. “You shouldn’t feel bad,” one of them said, handing me a tissue to wipe the gel off my hair. “Some people don’t get any of them right.”

The next morning, I returned to the psychology department to try tDCS a third time. I met with Katie Witkiewitz, a U.N.M. psychologist, who recently began incorporating tDCS into her work on addiction, meditation, and mindfulness. In earlier studies, Witkiewitz and her colleagues found Vipassana, a Buddhist meditation practice, to be more effective at preventing drug relapse than either cognitive behavioral therapy or twelve-step programs. She is now embarking on research to determine if tDCS can make a meditative state deeper, easier to achieve, and longer-lasting—an attractive prospect for those who, like me, find meditation too boring and frustrating to practice with any regularity.

Witkiewitz put an anode over my right temple. In a trancelike tone, she instructed me to think about my breath, to imagine a balloon slowly filling in the empty space behind my eyes, to focus all my attention on the area directly above my head. She told me to watch my thoughts come and go. In previous attempts at meditation, I had always found this the hardest instruction to follow. My feeling was that either I was thinking my thoughts or I wasn’t. If I was thinking them, I wasn’t watching them. If I was watching them, I wasn’t thinking them.

This time, I noticed that I thought, If there were really a balloon in my head, you, neuroscientist, would be out of a job. And then, as instructed, I let the thought drift away. Although there is no quantitative test to measure the depth of a meditative state, I felt that my thoughts were, for a few hours afterward, calmer, more manageable, more countable—like a few sheep standing in a pasture instead of some demented sheep convention. My mind felt quieter, as if an inner voice had gone silent—the voice that usually says, “This is stupid, it’s a waste of time, why isn’t it over?”

Some tDCS studies have involved “quieting” a part of the brain by inhibiting neural activity. An Australian group, writing in Scientific American, claims that using tDCS to inhibit left-hemisphere brain activity improves performance on certain logic problems. The authors were inspired by the “savant skills” that sometimes accompany brain damage—as in the case of a boy who, having been shot in the head, lost the ability to read and write but became able “to dismantle and reassemble multi-gear bicycles without instruction,” raising the possibility that extraordinary skills may be “latent in us all.”

The authors’ study of special skills displayed by patients with autism and brain damage hints at one area of concern regarding tDCS: with brain function, as with most things, you rarely get something for nothing. As Roi Cohen Kadosh, a neuroscientist at Oxford University, puts it, “Enhancing one cognitive ability can happen at the expense of another ability.” Cohen Kadosh, the editor of a textbook called “The Stimulated Brain,” has found that applying tDCS to one part of the brain helped subjects learn a math-related task but impeded their ability to recall what they had learned.

Heidi Schambra, a Columbia University neurologist who uses tDCS in her research with stroke patients, cautions against the view of tDCS as “a ‘thinking cap’ where you just put it on and everything becomes easier.” Some stroke patients recover motor function more quickly when tDCS is administered during physical therapy—but without physical therapy tDCS doesn’t seem to have any effect, and even with the therapy the effects aren’t huge. “We’re not seeing a tripling or quadrupling,” Schambra said. “It’s a few points of statistical difference.”

The human drive to zap one’s head with electricity goes back at least to antiquity, and was originally satisfied by means of electric fish. “Headache even if it is chronic and unbearable is taken away and remedied forever by a live torpedo placed under the spot that is in pain,” the first-century physician Scribonius Largus wrote. He also used the torpedo, a species of ray native to the Mediterranean, to treat hemorrhoids. In the eleventh century, the Islamic polymath Avicenna reportedly recommended the placement of an electric catfish on the brow to counteract epilepsy. As late as 1762, a Dutch colonist in Guyana wrote that “when a slave complains of a bad headache” he should put one hand on his head and another on a South American electric eel and “will be helped immediately, without exception.”

Transductor Eléctrico Equilibrante - BioArmonizador


The invention, in 1745, of the Leyden jar—a device to store static electricity—enabled many new experiments in electrotherapy, not all of them deliberate. In 1783, Jan Ingenhousz, a Dutch scientist, accidentally picked up a charged Leyden jar, causing an explosion that made him temporarily lose his memory, judgment, and ability to read and write. Having found his way home with great difficulty, he went to sleep. He woke to find that his mental faculties had not only returned but had sharpened: “I saw much clearer the difficulties of every thing,” he wrote in a letter to Benjamin Franklin. “What did formerly seem to me difficult to comprehend, was now become of an easy solution.”

Around the same time, Luigi Galvani’s experiments with electricity and dead frogs led to the discovery of bioelectrical impulses. Galvani’s nephew Giovanni Aldini was the first to apply galvanic current to humans; in this way he seemingly reanimated the corpses of beheaded felons. One such demonstration, at London’s Royal College of Surgeons, may have inspired Mary Shelley’s invention of Frankenstein’s monster.

Electrotherapy on living people gained popularity in the nineteenth century. By 1850, European and American asylums used galvanization to treat hysteria, menstrual pain, depression, and psychosis. Machines for electrotherapy were sold in London department stores and leased at seaside resorts. An 1871 electrotherapy textbook outlines treatments for hundreds of conditions, such as alcoholism, paralysis, dyspepsia, mutism, and “neurasthenia”—a form of nervous exhaustion that later came to be known as Americanitis. Many of the case histories in the book involve a procedure that sounds much like tDCS: direct current is applied by sponge electrodes, with a common side effect of “intense redness and an acute burning sensation.” After such “galvanization,” patients often “find that they can read with closer attention and with greater zest; that they can pursue connected thought without fatigue, and endure mental toil and anxiety that was once intolerable.”

Cartoon
In the twentieth century, electrotherapy gradually fell from favor. Freud, who studied it with the neurologist Jean-Martin Charcot in Paris, abandoned it in favor of the “talking cure,” after returning to Vienna. During the First World War, electricity was used to treat paralysis, epilepsy, and shell shock, often with disastrous results. In Louis-Ferdinand Céline’s “Journey to the End of the Night” (1932), the hero receives a diagnosis of low patriotism and is sent to a military psychiatric hospital, where, he recalls, “they pumped us full of shocks.” Electroconvulsive therapy (ECT), which uses a far higher current than tDCS to trigger a full-brain seizure, gained in popularity by the nineteen-forties, but was generally considered a last resort for only the most serious cases. After the Second World War, interest shifted to antidepressants and other psychotropic drugs.

The decline of electrotherapy coincided with the rise of brain imaging. The first milestone was the invention, in 1924, of the electroencephalograph (EEG) by Hans Berger, an enigmatic figure who may later have coöperated with the Nazi government, and who hanged himself in 1941. The EEG, which measures electrical discharge from the brain, was the first in a series of technologies to show that the brain physically changes depending on what we do, think, and feel, and that the brains of the mentally ill function differently from those of the healthy.

Berger’s innovation had its roots in his interest in psychic phenomena. As a young man in the Prussian Army, Berger once fell off a horse and was almost run over by an artillery gun. The previous night, his sister, to whom he was very close, had dreamed that he fell off a horse and broke his leg. The sister was so alarmed by the dream that she had their father send Berger a telegram; it reached Berger immediately after his accident. Berger was convinced that his brain had sent electrical signals to his sister. And he was right, almost: the brain does generate electrical impulses, and they change depending on your mental state. Though too weak to travel through the air, they may be recorded by electrodes placed on the scalp. Your brain can’t tell your faraway sister that you’re about to fall off a horse, but it can tell an EEG machine that you’re frightened or having a seizure or asleep.

The resurgence of interest in electrical brain stimulation began in 2000, after scientists in Göttingen proved that low-current “galvanization,” the procedure now known as tDCS, could change brain function. This discovery coincided with a wave of interest in neuroplasticity—the brain’s capacity for change—and with the rise of increasingly sophisticated imaging tools, like fMRI. The number of tDCS studies has risen steadily since 2000, with more than four hundred studies published last year.

Perhaps the most dramatic clinical use of tDCS has been in the treatment of auditory hallucinations. In Albuquerque, Clark introduced me to Jaime Campbell, a forty-year-old woman who has been hearing voices since she was fifteen, and who recently participated in a study at U.N.M. Heavyset, with a placid and cheerful demeanor, she was carrying a crochet project in a tote bag labelled “Bible Bag.” The first voice she had ever heard, she said, was the voice of God. She had been sitting at a computer table at the time, and God said she would go to South Africa and die a martyr. At sixteen, Campbell began to be followed by the man she called “the chaperon.” He walked six feet behind her, and would rape and kill her if she did anything wrong. “I didn’t cuss. I didn’t lie. I didn’t cheat. I didn’t even say the word ‘sex,’ ” Campbell recalled. “I was a very well-behaved teen.”

At nineteen, Campbell was given a diagnosis of schizophrenia. People asked her then why she had never mentioned the chaperon. “Because it was normal,” she said. “Every sixteen-year-old has a chaperon.”

An estimated seventy-five per cent of schizophrenics hear voices, and twenty-five to thirty per cent of those cases don’t respond to medication. The majority of the voices are nasty, telling subjects that they are worthless or should commit suicide. Campbell told me that her voices all belong to men, with the exception of one “non-gendered voice” that used to talk about her in the third person. “She’s stupid,” it would say. “No, she’s not stupid—she’s ugly. She’s not ugly—she hates people. She doesn’t hate people—they hate her.” Once, the voices said that anyone she spoke to would explode. She didn’t speak a word for three days and nights, to keep everyone safe.

Campbell’s other symptoms have included visual hallucinations and delusions of persecution. Once, she saw four demons—red misshapen creatures with tails—hanging up near the ceiling in the four corners of the room, watching her. Campbell was raised in a nondenominational charismatic church, and religion is still extremely important to her. She believes that she’s more in touch with the spiritual world than most people and that the visions and voices come to her from God. But she also believes that her mind “twists things,” that it causes her suffering beyond what’s ordinary or bearable.

For the past twenty years, Campbell has been in treatment with medications and with ECT, which helped with her depression but didn’t silence the voices. Last summer, she began an experimental treatment offered by Clark and Robert Thoma, a U.N.M. psychologist who specializes in schizophrenia. The trial is based on a randomized study done in France in 2012, in which thirty schizophrenics were given tDCS for five days. The treatment decreased auditory hallucinations by thirty-one per cent, and the benefits lasted, and in some cases grew, over the next three months.

Campbell received two twenty-minute tDCS sessions a day for five days. After the very first session, she felt a reduction in the “tea party”: an ambient murmuring and clinking that she always heard in the background. Gradually, particular voices went mute. By midweek, Campbell says, her head was completely quiet.

“I never had a response like tDCS,” Campbell says. “Even with the ECT, even with the best medication combinations that we’ve come up with, I’ve never had something that does as complete a job.” Unlike ECT, which lost effectiveness over repeated treatments, tDCS seemed to help more and more, even after the study had ended. For weeks, Campbell didn’t hear any voices at all. Everything became easier: thinking, grocery shopping, driving a car. The most revolutionary thing, she says, was “to not have someone constantly telling me that I’m a horrible person.” People used to tell her that she was a good person, but she never believed them, because the voices said the opposite—and didn’t they know her best? When they finally shut up, she said that she felt like a woman who had been rescued from an abusive husband.

Clark and Thoma will eventually replicate the randomized controls of the French experiment, but so far Campbell is one of only two people to have completed their study, and the fluctuating nature of schizophrenia symptoms makes it dangerous to infer too much from her experience. When I met her, four months had passed since her last tDCS session. The voices had started to return, though only sporadically. Over the weekend, she had heard a voice at Walmart telling her she was a bad person and that people were going to blow her up. But when she left Walmart the voice went quiet. She still feels better than she did before the study. But every time she hears a voice she feels terrified that “they’re going to come back full-fledged.”

Before tDCS can be approved by the F.D.A. and enter widespread use, there have to be large randomized controlled trials. Protocols must be standardized—the placement of the electrodes, the amount of current, and the duration, frequency, and number of sessions. In the meantime, there is a device called ActivaDose, which has been cleared by the F.D.A. for another purpose (administering drugs transdermally), and which can also administer tDCS; physicians may legally prescribe it “off label,” which is how some hospitals can offer the therapy. Several Internet companies sell tDCS kits for nonmedical uses, such as boosting cognition or enhancing video-game performance. There is a tDCS subreddit, a do-it-yourself tDCS blog and podcast, and a certain amount of YouTube footage showing young men with little scientific background zapping their brains in the hope of learning German or playing better chess.

It is the rare human who doesn’t wish to change something about his or her brain. In my case, it’s depression, which runs on both sides of my family. I’ve been taking antidepressants for almost twenty years, and they help a lot. But every couple of years the effects wear off, and I have to either up the dose or switch to a different drug—neither process can be repeated indefinitely without the risk of liver or kidney damage. So although my symptoms are under control for now, I worry, depressively, about what will happen when I exhaust the meds. As I was researching this piece, my attention was caught by a number of randomized controlled trials showing a benefit from tDCS for depression. (The data are insufficient to allow definitive conclusions, but larger trials are in progress.) I was almost embarrassed by how excited I felt. What if it was possible to feel less sad—to escape the deterministic cycle of sadness? What if you could do the treatment yourself, at home, without the humiliation and expense of doctors’ visits? I asked Vince Clark whether any private physicians use tDCS outside of a research setting.

He knew of only one: James Fugedy, a Yale-trained anesthesiologist who practices in Atlanta. I spoke with Fugedy on the phone and learned that, since 2007, he has treated between three hundred and four hundred patients with tDCS, principally for chronic pain and depression. Most of his patients self-administer tDCS at home: Fugedy charges twenty-six hundred dollars for a package including the device, a diagnostic and training session, and follow-up consultations in person or over Skype.

Early this year, I took a plane to Atlanta. Fugedy’s practice is in a medical park about half an hour from the airport. The sign on the suite door—“Brain Stimulation Clinic”—seemed to suggest a large staff, but the only people there were Fugedy and a dreadlocked office manager in scrubs.

Fugedy, a sixty-five-year-old New Jersey transplant, combines a soft-spoken demeanor with boundless energy. He told me that he first learned about tDCS from a 2006 study on fibromyalgia, published by scientists at Harvard. He mentioned the paper to a patient, saying he hoped that the F.D.A. would approve the technology soon. “I’m old,” she replied. “Why can’t we do it now?”

Fugedy practiced tDCS a few times on himself and then began to treat his fibromyalgia patient. After five sessions, she experienced a greater reduction in pain than she had on any other treatment. Fugedy went on to use the tDCS with other chronic-pain patients. In 2008, he got a call from a chronically depressed electrical engineer in southern Georgia. His doctor had prescribed ECT, but he was worried about possible memory loss; he had heard of tDCS, and wanted to try it first. Fugedy agreed, and the engineer began commuting to Atlanta five days a week. After four weeks, his mood had improved, and he stopped the treatment. Three months later, when the symptoms returned, Fugedy got him his own stimulator and showed him how to use it.

Fugedy’s recent patients include a bipolar pregnant woman who couldn’t take her medications during pregnancy and a thirty-year-old schizophrenic man who had been unable to tolerate antipsychotics. After starting tDCS, Fugedy told me, the man was able to get his first job and enroll in college. Fugedy, who has had depressive episodes himself, has been self-administering tDCS on and off for eight years.

After we had been talking for an hour or two, Fugedy handed me a black plastic case about the size of a desk dictionary. Inside were two electrodes with cables and sponges, a nine-volt battery, a Velcro headband, and an ActivaDose. He showed me how to wet the sponges, fit them into the frames, and connect the electrodes to the stimulator.

Fugedy thinks that the electrodes move around less if you lie down, so I lay on the examination table and slipped the electrodes underneath the Velcro headband. The anode went just over my left eye, to stimulate the left dorsolateral prefrontal cortex—a part of the brain that may be underactive in depressed people—and the cathode over the visual cortex, on the back of my head. Then I set the timer for twenty minutes and the current to two milliamps, and turned the dial to start the flow of electricity. As the current ramped up, I felt the familiar burning on my forehead and general wordlessness.

For a short time, Fugedy kept up his end of a conversation we had been having about neuroimaging. “Well, I’ll just leave you in peace,” he concluded eventually, handing me a brass handbell and leaving the room.

Sun shone in a halo around the corner of the window blinds. On the wall hung a picture of a woman cradling a naked infant; a pair of white wings sprouted from the child’s tiny shoulders. A cursive caption read “Hope Cherishing Love.” I felt obscurely troubled by the caption. Wasn’t it love that cherished hope, rather than the other way round? Wasn’t hope the thing with feathers? The longer I thought about it, the more the words resisted understanding and shifted places, again and again, like markers on a game board. My thoughts turned to the many patients who must have lain on this same white table and held this same brass bell, and how appropriate the image of hope was, because surely nobody would be here if he hadn’t tried a lot of other things first.

I felt peaceful in the cab back to the airport. The T.S.A. didn’t try to confiscate the nine-volt battery. On the plane, I was seated beside a small girl who was playing a game called Office Jerk on her iPad. The game involved throwing a stapler at the head of an office worker. “Who’s the jerk, him or you?” the girl’s mother asked. I wondered if I should offer to improve the girl’s performance with a little stimulation to the right inferior frontal cortex, but she didn’t appear to need it.

The next day, I tried tDCS at home. I felt some burning again and tightened the strap; Fugedy had said this might improve the electrode connection. It’s possible that I overdid it with the tightening, because at the end of twenty minutes I had a pink electrode-shaped square on my forehead. In the shower afterward, I felt my forehead sting under the hot water, as if sunburned. A headache that had come on at some point during Office Jerk was now insistently throbbing behind my left eyebrow. Yet, whether because of the tDCS or for some other reason, I was in excellent spirits the rest of the day, and indeed all week. (The pink square went away within minutes; the headache lingered for days.) The fact that I might have suffered a mild burn on my forehead because of a brain-zapping machine I had bought in Atlanta seemed hilarious. It was a new year, fresh snow had fallen, the holidays were finally over. New York looked beautiful.

My plan to try tDCS for two weeks, to see if it made a difference in my depression, fell through for an unexpected reason: I didn’t feel depressed enough. It was a reminder, if I needed one, of how difficult it is to extract scientific facts from human experience. Even when you isolate one variable and test it in a lab with control subjects, it’s difficult to know why you’re seeing what you see; and in the messiness of everyday life, where there are any number of reasons that your mood might change from one week to the next, it’s virtually impossible to gauge the effects of applying subthreshold electricity to your own head.

One of the mysteries of tDCS is why some uses require a cognitive task and others don’t. The therapy makes people better at math only if it’s paired with a math task. But it seems to make depressed people feel better even if they’re just sitting there. Heidi Schambra, the neurologist who works with stroke patients, has a fascinating theory about this. She believes that, at the moment of receiving tDCS, a person in emotional or physical pain is engaged, wittingly or unwittingly, in a cognitive task: namely, the activation of the placebo response.

We’re not used to viewing placebo—a positive response to a sham treatment—as a “task,” but there are many cognitive factors involved, including Pavlovian conditioning, the patient-clinician relationship, and positive expectation. Deception, Schambra points out, may not be required: sugar pills have been shown to reduce the symptoms of irritable bowel syndrome, even in patients who were explicitly told that they were receiving a placebo.

The implication of placebo is extremely powerful: What if the body knows, in some sense, how to heal itself, and it’s just a matter of triggering that knowledge? Schambra suspects tDCS may not merely trigger the placebo effect, as all treatments do, but actually amplify it. In other words, in a controlled tDCS study, both active and sham groups get a placebo effect, but the active group may get a bigger effect. Schambra emphasizes that her theory is just speculation for now. She got the idea from a study that found expectancy to be an important factor in how well people responded to depression treatment: the patients who felt better were the ones who expected to feel better—not necessarily the ones who got the active versus the placebo treatment.

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After we hung up, I found myself thinking about what neurologists call “positive expectancy” and what the phrenologists called hope. The phrenologists already knew that hope was situated in the prefrontal cortex: “in front of conscientiousness, and behind marvelousness, being elongated in the direction of the ears.” Phrenologists were unable to detect hope in animals; in criminals, they said, it was diminished. Hope inspires and dupes us in turn, eternally promising happiness in this world and the next. In a lecture on phrenology, the French physician Broussais once produced a partial mold of Napoleon’s head. You couldn’t see everything, he said. But you could see enough of the organ of hope to conclude that it was very well developed.